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El supermercado

Otra vez viernes. Me había quedado sin nada en el frigorífico ni en la despensa, por lo que tenia que ir a comprar provisiones en el supermercado. El más cercano, un Simply, está a un kilometro de mi casa, y al no tener coche me toca pasar un rato andando. En el caso de ayer llovía y yo sin paraguas intentaba hacer cálculos sobre los 15 euros que tenia y qué podría comprar. En la lista mental anoté leche, pan, aceite y pizza.

Llegué por fin al súper, lleno de gente. Algo que siempre me impresiona de éste lugar son las cajeras. Son todas iguales. Bajitas, delgadas, el pelo más negro que el carbón –teñido, por supuesto- y liso. Ah, i con cara de mala leche. Lo primero que hago es ir a por la leche, después el pan…hasta aquí bien. Pero el recorrido más deprimente es el que me lleva de las cajas de pan a los estantes del aceite. Montañas de cosas llamativas, que me hacen entrar hambre, que me gustaría tener suficiente dinero como para comprarlas. Chocolatinas, chorizos, carne, zumos de todo tipo…todo con los precios por las nubes. Lo poco que hay asequible –y no mucho- es de pésima calidad. Y eso sí que no lo soporto…si tengo que comprar aceite ha de ser más o menos bueno por lo que ya pierdo tres euros. Al volver por la sección de chocolates decido coger una tableta…vale la pena poder comer algo dulce aunque salga un poco caro. Quizá solo me parezca caro a mi, que no trabajo ni cobro paro y tengo que administrarme los pocos ahorros que me quedan de mi último trabajo temporal, hace ya un tiempo. Por fin salgo, cogiendo por el camino la pizza más barata que veo.

La sensación más triste la tuve al llegar a la caja. Vi a la mujer que estaba por delante de mi en la cola que se sacaba el monedero dejándose el bolso abierto. El bolso de aquélla señora mayor me hizo recordar que el mes pasado se lo robaron a mi abuela. Pensé por un momento en si debemos o no fiarnos de los demás, si es mejor llevar el bolso bajo los dos brazos o dejarlo a su suerte en el carro de la compra. Creo que deberíamos poder fiarnos, pocos son los que roban, pero los hay. Llegué a esta conclusión sopesando ventajas e inconvenientes. Ventajas de ser un confiado: vivir tranquilo; inconvenientes: que de vez en cuando te tomen el pelo. Ventajas de ser un paranoico: menos probabilidades de que te roben o te desengañen; inconvenientes: no poder vivir la vida con plenitud, no disfrutar de cada momento viendo solo los peligros de cada situación, no poder establecer relaciones satisfactorias con los demás. Desde luego, me quedo con el incauto. Podrían decirme, si son las típicas personas del “ser sabio es fácil cogiendo lo del medio”, que ha de haber un equilibrio entre los dos extremos. Estoy de acuerdo en que es bueno buscar un equilibrio de ”peso”, pero no simplemente de distancia. Si la vida fuera una balanza y los dos pesos nos vienen dados lo único que podríamos hacer para encontrar el equilibrio es encontrar el punto de apoyo en que las dos fuerzas se igualan. En este caso la vida paranoica tiene muy poco peso positivo, por lo que para igualar la balanza el fulcro deberá estar debajo de la vida despreocupada.

Llegué a mi casa y terminé de pasar la tarde en mi habitación. Cené pan con aceite, muy bueno, la verdad. Con esa pequeña alegría pude irme a dormir tranquilo.